La Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa el periodo histórico comprendido entre la Revolución francesa y la actualidad. Comprende un total de 222 años, entre 1789 y el presente. La humanidad experimentó una transición demográfica, concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y los países recientemente industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteadas para el futuro próximo graves incertidumbres medioambientales.

La ciencia y la cultura entran en un periodo de
extraordinario desarrollo y fecundidad; mientras que el arte contemporáneo y la
literatura contemporánea (liberados por el romanticismo de las sujeciones
académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios) se han
visto sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas (tanto
los escritos como los audiovisuales), lo que les provocó una verdadera crisis
de identidad que comenzó con el impresionismo y las vanguardias y aún no se ha
superado.

En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar
la formación social histórica delestado liberal europeo clásico, surgido tras
crisis del Antiguo Régimen. El Antiguo Régimen había sido socavado
ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración (L'Encyclopédie,
1751) a todo lo que no se justifique a las luces de la razón por mucho que se
sustente en la tradición, como los privilegios contrarios a la igualdad (la de
condiciones jurídicas, no la económico-social) o la economía moral contraria a
la libertad (la de mercado, la propugnada por Adam Smith -La riqueza de las
naciones, 1776). Pero, a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo
inspirador de sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad (con la muy
significativa adición del término propiedad), un observador perspicaz como
Lampedusa pudo entenderlas como la necesidad de que algo cambie para que todo
siga igual: el Nuevo Régimen fue regido por una clase dirigente (no homogénea,
sino de composición muy variada) que, junto con la vieja aristocracia incluyó
por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de
capital. Ésta, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora,
consciente de la precariedad de su situación en la cúspide de una pirámide cuya
base era la gran masa de proletarios, compartimentada por las fronteras de unos
estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a su
vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.
En el siglo XX este equilibrio inestable se fue
descomponiendo, en ocasiones mediante violentos cataclismos (comenzando por los
terribles años de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918), y en otros planos
mediante cambios paulatinos (por ejemplo, la promoción económica, social y
política de la mujer). Por una parte, en los países más desarrollados, el
surgimiento de una poderosa clase media, en buena parte gracias al desarrollo
del estado del bienestar o estado social
(se entienda éste como concesión pactista al desafío de las expresiones más
radicales del movimiento obrero, o como convicción propia del reformismo
social) tendió a llenar el abismo predicho por Marx y que debería llevar al
inevitable enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el
capitalismo fue duramente combatido, aunque con éxito bastante limitado, por
sus enemigos de clase, enfrentados entre sí: el anarquismo y el marxismo
(dividido a su vez entre el comunismo y la socialdemocracia). En el campo de la
ciencia económica, los presupuestos del liberalismo clásico fueron superados
(economía neoclásica, keynesianismo -incentivos al consumo e inversiones
públicas para frente a la incapacidad del mercado libre para responder a la
crisis de 1929- o teoría de juegos -estrategias de cooperación frente al individualismo
de la mano invisible-). La democracia liberal fue sometida durante el período
de entreguerras al doble desafío de los totalitarismos soviético y fascista
(sobre todo por el expansionismo de la Alemania nazi, que llevó a la Segunda
Guerra Mundial).

